Quintanilla habla sobre la falsa ruina, la cual se pone de moda en los jardines paisajistas de las clases adineradas europeas del siglo XVIII. Como generadores de memoria a demanda, recrean la visión occidental de la historia, aferrándose a un pasado heroico que se siente amenazado por la llegada de la revolución industrial y la modernidad, a la vez que tranquiliza las conciencias, perturbadas por la creciente degradación medioambiental, la sobreexplotación de los recursos naturales y la apropiación de la riqueza ajena en los territorios colonizados.